Estudio de los Escritos Bahá’ís sobre Economía (Diez Parte)

Mis comentarios no son necesarios, ya que Abdu’l-Baha ha explicado perfectamente el tema de las huelgas en detalle.

 

HUELGAS

“Has preguntado acerca de las huelgas. Este  asunto es y será por mucho tiempo motivo de grandes dificulta­des. Las huelgas se deben a dos causas. Una es la avaricia y rapacidad extremas de parte de las fabricantes e industriales; la otra, las excesos, la avidez y la intransi­gencia de las obreros y artesanos. Par tanto, es necesario poner remedio a las dos causas.

Ahora bien, la principal causa de todas estas dificul­tades reside en las leyes de la civilización actual, puesto que ellas permiten que un reducido número de personas acumule fortunas desmedidas, mas allá de sus necesida­des, mientras que la gran mayoría permanece en la ma­yor miseria, desprovista de medias, despojada. Esto re­sulta contrario a la justicia, a la humanidad y a la equi­dad; es el colmo de la iniquidad, lo contrario del bene­placito divino.

Tamaño contraste es privativo de la condición huma­na. En las demás criaturas, es decir, en la casi totalidad de las animales, se da cierto grado de justicia e igualdad. Es el caso del rebaño de ovejas y de la manada de cier­vos, donde si hay igualdad. También es el caso de las aves que habitan en las praderas, llanos, cerros y huer­tos. En todas las especies animales prevalece cierta clase de igualdad. No se aprecian semejantes diferencias en lo que se refiere a las medios de subsistencia; por eso viven en la mayor paz y simplicidad.

Justo al revés de lo que sucede en la especie humana, donde persisten los mayores errores y la iniquidad más absoluta. Sopesa lo siguiente: mientras que una perso­na, mediante la colonización de un país, acumula para su beneficio y disfrute una fortuna enorme, hasta asegu­rarse que las ganancias y las ingresos fluyan coma un río, son centenares de miles las personas desamparadas, débiles e impotentes, precisadas de un simple mendrugo. En ello no hay ni igualdad ni benevolencia. Comprenderás que es así como la paz y la felicidad de todos son destruidas, el bienestar de la humanidad negado, y la vida de muchos llevada al extremo de volverse estéril. Pues las fortunas, los honores, el comercio y la industria están en las manos de unos pocos industriales, en tanto que el resto de la gente se encuentra sometida a una larga se­rie de dificultades y a una infinidad de tribulaciones, sin ventajas, sin beneficios, sin comodidades, sin paz.

Así pues, deberían establecerse normas y leyes para regular las fortunas excesivas de  ciertos  particulares  y satisfacer las necesidades de millones de pobres; de esta manera se obtendría cierto grado de moderación. No obstante, una igualdad absoluta tampoco es posible, ya que la igualdad absoluta en materia de fortuna personal y honores, así como en el comercio, la agricultura y la industria, acarrearía una situación de desorden, caos y desorganización de los medios de existencia abocados al desengaño universal. Más aún, frente a una igualdad carente de fundamento se presentarían muchas dificul­tades; el orden social se desquiciaría por completo. Es, pues, preferible que la moderación sea establecida me­diante leyes y normas que impidan la acumulación de fortunas excesivas por parte de ciertos individuos, y sir­van de garantía para las necesidades esenciales de las masas.

Por ejemplo, los fabricantes e industriales acumulan una fortuna todos los días, y los pobres artesanos no ga­nan su sustento diario. Semejante situación es el colmo de la iniquidad y ningún hombre justo puede aceptarla. Deben establecerse leyes y normativas que permitan a los trabajadores recibir del propietario de la fábrica sus jornales y una participación de la cuarta o quinta parte  de los beneficios, ajustada a la capacidad  de la fábrica. En cualquier caso,  aunque  fuese según  otro  método, el conjunto de trabajadores y fabricantes debería compar­tir de forma equitativa las resultados y beneficios. Cier­tamente, el capital y la administraci6n proceden del pro­pietario de la fábrica, y el trabajo y mano de obra del conjunto de las trabajadores. Estos debieran recibir jor­ nales que les aseguren un sostén digno. En caso de baja forzosa debida a debilidad o incapacidad, las trabajado­res deberían disponer de recursos suficientes proceden­tes de los ingresos de la industria. De no ser así, los jornales deberían ser lo suficientemente altos como para permitir que los trabajadores, con el importe que perci­ben, puedan ellos mismos ahorrar algo para tiempos de necesidad y desamparo.

Cuando las asuntos sean dispuestos de esta manera, el propietario de la fábrica no amasara a diario una for­tuna de la que no precisa en absoluto (si la fortuna es desproporcionada, el capitalista sucumbe bajo una carga formidable que le obliga a arrostrar problemas numerosísimos; la administración de una fortuna excesiva se vuelve difícil y agota la fortaleza natural del hombre). Tampoco los trabajadores y artesanos habrán de enfrentarse a una miseria y necesidad desmedidas, ni habrán de estar sometidos a las peores privaciones al final de su vida.

Así pues, resulta evidente que la acumulación de for­tunas excesivas a manos de unos pocos, mientras las masas padecen necesidad, representa una iniquidad y una injusticia. Por otra parte, la igualdad absoluta serfa un obstáculo para la vida, el bienestar, el orden y la paz de la humanidad. En una cuestión tal es preferible mos­trar moderación. Por lo que concierne a los capitalistas, ello significa moderación en cuanto a la acumulación de ganancias, y consideración por el bienestar de las pobres y necesitados; es decir, que los trabajadores y artesanos perciban un jornal fijo y establecido, y que tengan una participación en las ganancias generales de la fábrica.

En resumen, con respecto a los derechos comunes de los industriales, trabajadores y artesanos, deberían es­tablecerse leyes que permitan ganancias  moderadas  a los industriales, y a los trabajadores los medios necesa­rios para su existencia y seguridad futura. De modo que, cuando estos últimos enfermen y cesen de trabajar, en­vejezcan y sufran desvalimiento, o bien dejen hijos me­nores de edad, tanto ellos como sus hijos no debieran quedar abrumados por la pobreza extrema. El trabajador tiene derecho a los ingresos de la propia fábrica, una parte de los cuales por pequeña que sea le corresponde para su subsistencia.

Asimismo, los trabajadores no deberían presentar de­mandas excesivas, ni rebelarse, ni exigir más allá de sus derechos, ni deberían recurrir más a la huelga. Deberían ser obedientes y sumisos y no requerir jornales exorbi­tantes. Empero, los derechos mutuos y razonables de ambas partes asociadas habrán de ser legalmente fija­dos y establecidos, de acuerdo con el uso, mediante leyes justas e imparciales. En el caso de que una de las dos partes cometiera un atropello, correspondería al tribunal de justicia condenar al transgresor, y al brazo ejecutivo hacer cumplir el veredicto. De ese modo el orden será restablecido y las disputas resueltas. La intervención del Gobierno y de los tribunales de justicia en caso de con­flicto entre industriales y trabajadores está perfectamente legitimada; sobretodo teniendo en cuenta que los asuntos actuales que afectan a trabajadores e industria­les no son comparables a los asuntos ordinarios de los particulares,  que ni afectan al público ni  debería  exigir la atención directa del Gobierno. Aunque los conflictos entre industriales y trabajadores puedan revestir un carácter particular, el perjuicio que causan es público. En realidad, el comercio, la industria, la agricultura y los asuntos generales del país están todos íntimamente unidos. Si una sola de estas grandes parcelas sufre algún tipo de abuso, el detrimento resultante afecta a la generalidad. De ahí que los conflictos entre obreros e in­dustriales redunden en perjuicio público.

Por consiguiente, al Gobierno y a los tribunales de justicia les asiste el derecho de intervenir. Cuando se plantea un pleito entre dos particulares con referencia a sus derechos privados, se hace necesario que un tercero resuelva la cuestión. Esa es la parte que le corresponde al Gobierno. Si ello es así, como cabe desentenderse de un problema como es el planteado por las huelgas, que tantos perjuicios ocasionan a los países y que a menudo están relacionadas tanto con la falta de disposición de los trabajadores como con la capacidad de los industriales.

¡Buen Dios! ¿cómo es posible que, viendo a uno de sus semejantes muriendose de hambre, carente de todo, un hombre pueda descansar y vivir confortablemente en su lujosa mansión?, ¿Quien, encontrando a otro ser sumido en la mayor miseria, puede sentirse complacido con su propia fortuna? Por eso es por lo que en la Religión de Dios está prescrito y establecido que una vez al año los ricos donen una parte de su fortuna a los pobres y desa­fortunados. Este es el fundamento de la  Religión de Dios, y su mandamiento obligatorio para todos.

Mas como el hombre no se ha de ver compelido ni obligado por el Gobierno, entonces, si, por la tendencia natural de su buen corazón, voluntaria y resplandecientemente muestra benevolencia hacia las pobres, tal acto será aceptable,  sumamente grato y digno de  alabanza.

Tal es el significado de las buenas obras en los Libras y Tablas Divinas.”1   -Abdu’l-Baha. Some Answered Questions, p.315-320

“Hoy el método de reclamar es la huelga y recurrir a la fuerza, lo cual es manifiestamente equivocado y des­tructivo de las fundamentos humanos. El privilegio y la demanda legítimos deben establecerse con leyes y regu­laciones. -Abdu’l-Bahá, The Promulgation of Universal Peace, p. 238

Abdu’l-Bahá explica este tema con tanto detalle que cualquier comentario es innecesario. Además de la pérdida económica debido a las huelgas, hay un precio espiritual que causa. Tanta desunión crea, tanto odio, tanta desconfianza. Esos malos sentimientos hacen mucho más daño en una sociedad que los económicos.

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